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Muerte de un recién nacido
Dios mío, Dios mío, ¿por qué me has abandonado? Lejos estás para salvarme, lejos de mis palabras de lamento.
Salmo 22:1 NVI
Porque todas las cosas proceden de él, y existen por él y para él. ¡A él sea la gloria por siempre! Amén.
Romanos 11:36 NVI
Descripción de la situación
Recién he celebrado mi cumpleaños número 25. Mi pequeña y dulce hija llega al mundo después de nueve meses normales de embarazo. Mi primera hija. El parto fue exhaustivo, pero no demasiado complicado. Las contracciones se hicieron más débiles, pero fueron puestas en marcha con medicamentos. Luego ahí estaba ella. En ese momento no era común que los bebés se quedaran con su madre en la habitación.
Varias horas después del parto entró la matrona en la habitación con la noticia de que trasladaran a mi hija a la clínica pediátrica pues tenía un poco “los labios morados” – no debería preocuparme pues “las dificultades para adaptarse” son comunes en recién nacidos. Debido a la inducción provocada del parto y a que mi intestino se rasgó y tuvo que ser suturado no podía caminar. La clínica pediátrica se encontraba en el mismo edificio. Recién a la mañana siguiente podía mi esposo llevarme en silla de ruedas. Mi pequeña estaba conectada a muchas mangueras, rodeada de aparatos que pitaban. Un médico asistente entró y dijo que necesitaban hacer algunas analíticas, no sabían exactamente qué pasaba con ella. Me quedé con ella, la acaricié… su frente, sus mejillas, su bracito, le hablé y de un momento a otro ella abrió – con esfuerzo, así me pareció – sus ojos y me miró. Un corto, lindo momento. Mi Julie. El siguiente periodo fue una tortura para mí como madre primeriza. Ellos le pincharon los talones para sacar sangre para los exámenes. Eso me pinchó directamente el corazón. Me enviaron fuera, podía regresar al medio día. Al medio día vino la médica – con las mismas palabras de que tenían que hacer más exámenes médicos, no sabían… entrada la tarde nos compartió la médica jefe que Julie no estaba recibiendo suficiente oxígeno, pero por qué, todavía no sabían. A la mañana siguiente la médica jefe la trasladó a una clínica especializada – allí tienen la posibilidad de operar a recién nacidos del corazón: suponían una falla en el corazón. Mi esposo condujo las dos horas detrás de la ambulancia y regresó a casa muy tarde en la noche, cuando los médicos dijeron que su estado estaba estable hasta cierto punto. Intentaron con un medicamento que podía servir. La noche fue calmada.
Tercer día: temprano en la mañana se comunicó el médico de turno con mi esposo: había de nuevo una crisis y si podía alguien ir. Mi esposo llegó al hospital: “no puedo solo con esto”. No tardó mucho en que me dieran de alta. Cuando llegamos por fin a la clínica especializada ella no estaba en el lugar donde mi esposo la había dejado. Dudoso empezó a mirar alrededor: “¿dónde está?”. La enfermera vino: si, lo sienten mucho, ella acababa de morir. “¿Y dónde está ahora?”. Como si estuviéramos sedados la seguimos. Una puerta – algo como un cuarto de limpieza, una habitación para productos de limpieza. Ahí la pusieron en su camita inicialmente. Estábamos en shock – por supuesto. Entonces salió de mí: “déjennos solos con ella”. Eso se nos permitió. La puerta del cuarto de limpieza se cerró detrás de nosotros. Mi esposo puso en mis brazos a nuestra hija. Todavía estaba caliente. La acariciamos, lloramos, él la bendijo y nosotros devolvimos a nuestra Julie a las manos de Dios.
Las consecuencias:
Físicamente, mi cuerpo:
- De vuelta en el hospital donde di a luz me envolvieron fuerte el pecho con un vendaje ancho – para mitigar la salida de leche y evitar así infecciones. Me había alegrado de darle el pecho. Eso ahí fue verdaderamente un choque para mí – contra toda sensación natural. Con eso capté y comprendí que mi hija no estaba ahí, ni lo iba a estar – mi leche no iba a ser necesaria. Mi cuerpo había trabajado “en vano”, en vano asumí las estrías y las incomodidades, en vano la vulnerabilidad y las heridas en el parto – mis brazos estaban vacíos. Mis molestias no fueron recompensadas.
- Por la fisura fuerte y transversal del intestino no era seguro si mis músculos podrían cargar bebes en los próximos embarazos hasta el final, había peligro de partos prematuros. Por tal motivo recibí en los dos siguientes embarazos un cerclaje (el cuello uterino es cerrado con una pequeña sutura, que es retirada aproximadamente tres semanas antes de la fecha de parto)
- No confiaba en mi cuerpo. ¿Tendría la capacidad de gestar a un niño sano? Ordenamos una autopsia – tal vez sus resultados podrían ayudar a otros niños. Un informe de diez páginas nos llegó – pero aún con todos los médicos de diferentes facultades con los que hablamos – una causa clara de la muerte no se pudo leer. También investigamos en la genética humana – allí se nos dijo que desde el punto de vista genético no deberíamos tener miedo de que volviera a repetirse el episodio.
- En el segundo embarazo tuve en la semana 21 contracciones prematuras. Tuve miedo. Tenía que recibir una y otra vez medicamentos contra las contracciones por vía intravenosa, un cambio a pastillas no funcionó, cada vez más eran las contracciones más fuertes. En la mañana en que mi esposo me quería llevar a casa dijo la médica: “lo vamos a condicionar a la cardiotocografía”. Cuando mi esposo llegó y vio el aparato, vio las curvas y dijo en seco: “seguro que te ingresan de nuevo”. Una matrona mayor y con experiencia entró para recoger el aparato, resumió la situación y dijo: “¡vaya a casa tranquila! Eso va a parar”. Nos fuimos a casa – y tal cual cesaron las contracciones. Hoy, después de mis experiencias con cinco embarazos sé que entre el embarazo y el parto se muestra la unión secreta entre el cuerpo y el alma de una manera especial, como casi de ninguna otra forma.
Psicológicamente, espiritualmente: mi alma
- Impotencia: cada vez que iba a la estación de la clínica pediátrica venía el jefe de mayor grado a cargo. Esa sensación de estar a merced de algo. No poder hacer nada. Indefensión por doquier.
- Ira: cuando volví al hospital tuve que pasar por la sala de espera y vi a las embarazadas fumando. Yo no fumaba. Yo no tomaba alcohol. Ellas si podían dar a luz a sus hijos.
- El joven médico en la clínica especializada dijo para consolarme: “usted es aún joven, usted puede tener muchos hijos. Si ella hubiera sobrevivido seguramente hubiera sido con seguridad discapacitada debido a la falta de oxígeno”. Para mí eso fue como una cachetada. Se trataba de ese bebé que acababa de dar a luz, que quería y deseaba tener en brazos. Si era discapacitado o no, ¡yo lo amo!
- El shock, el duelo – estaba “congelada” por dentro, endurecida. Medio año después – mi esposo y yo visitamos una charla en una iglesia – esa dureza en mí desapareció. Allí, antes de empezar el evento cantamos una antigua coral (no podía cantar por mucho tiempo) – sus palabras y su melodía las conocía muy bien y me “tocaron el corazón”. Lágrimas de sanación pudieron caer.
- Algunos miembros de la Iglesia no tuvieron una sensibilidad especial en aquel día sino que nos pusieron más cargas con la siguiente frase: “busquen los pecados en sus vidas, ¿qué les querrá decir Dios con esto?”. Esos cristianos de muchos años no conocían sus biblias pues en Juan 9,3 dice: “Jesús respondió: No pecó éste ni sus padres, sino para que las obras de Dios se manifiesten en él.” (La Biblia Textual) “—Ni él pecó, ni sus padres —respondió Jesús—, sino que esto sucedió para que la obra de Dios se hiciera evidente en su vida.” (Nueva Versión Internacional).
- Mi imagen de Dios estaba destruida. Crecí en una familia cristiana comprometida, yo misma fui colaboradora a partir de los 14 años. ¿Cómo pudo Dios defraudarme? ¿cómo pudo permitirlo? Nos fuimos directamente después del funeral de vacaciones – a una cabaña aislada en las montañas. Sentí que debía subir a la cima y gritarle a Dios toda mi ira e impotencia y culparlo – pero a mi punto de vista él era “demasiado santo”. Si lo hubiera hecho, pienso hoy, me hubiera ahorrado tres años de desvíos. Muchos salmos muestran que Dios “soporta” las quejas de sus hijos. Eso hace parte de la vida con él y no necesita ser excluido. Al contrario: él puede tocar mi corazón ahí en su profundidad y sanarlo cuando soy sincera y puedo ser Yo misma.
- Los siguientes tres años fue una gran lucha entre Dios y yo. “¿Es Dios bueno o malo? ¿es todopoderoso? ¿quiero aún vivir con ese Dios? Si no, ¿qué será de mi matrimonio… o como esposa de un pastor? En esa fase, en esa crisis de mi vida experimenté a un Dios callado. No lo podía resistir. Hoy sé que mi fe infantil estaba destruida. Tuve que decidirme como un “adulto” si yo quiero vivir con él. Recuerdo muy bien el momento de madrugada que estaba sentada en el sofá, en el que terca le dije: “Dios, en mis ojos hiciste tú un error. Pero sé que quiero serle fiel a mi esposo cuando él hace algo malo. Ahora has hecho tú, mi Dios, algo malo – pero yo quiero serte fiel. Tú no me dejas. Ahora mira tú cómo te las arreglas conmigo”.
- Mi proceso de sanación tomó doce años. Fui sincera hasta los huesos. Paso por paso por paso encontró Dios formas y maneras (personas, libros, seminarios, artículos, la naturaleza, la Biblia: después me di cuenta de que por ejemplo Dios es un “padre huérfano” – su hijo fue asesinado), con cuidado hacia mí, tal como lo pude soportar, poco a poco me quitó mis imágenes falsas y me llevó a una (su) gran libertad.
- Entre otras cosas aprendí que no es mi fuerza la que me mantiene en la fe, sino que es él el que me sostiene.
- Mi forma de pensar fue desafiada: en mi mundo occidental parece que todo puede ser planificable. Olvidamos fácilmente que todas las cosas buenas vienen de Dios. Todo. De Dios.
No tengo una respuesta para el “¿por qué?”, pero sé hoy, después de 35 años, muy profundo en mi corazón: Dios es bueno.
A veces todavía está un dolor muy lejano, una contracción que pertenece a mí: ¿cómo hubiera sido ella, mi Julie? Un día la volveré a ver.
Traducción: Diana Janke